domingo, 21 de febrero de 2010

LOS MOTIVOS DEL LOBO

Francisco de Asis
lobo de Gubbia
Esta exquisita obra del nicaragüense Rubén Darío, constituye una famosa pieza poética que puede ser utilizada en gran manera para fines pedagógicos.
El argumento que va revelándose a lo largo de la poesía, crea el suspenso necesario para mantener la atención. La fuerza y el vigor de las intervenciones de Francisco de Asís y el Lobo de Gubbia, brindan la oportunidad para identificar a alumnos con dotes de actores o declamadores. Las argumentaciones expuestas en este largo poema son capaces de satisfacer al oyente más exigente. Todo este conjunto hacen de "Los motivos del lobo" una poesía altamente recomendable para festejos estudiantiles por fin de año o por el "Día del animal".
La poesía es apta para ser representada. Para ello, se precisa de cuatro buenos declamadores, dos que hagan de relatores, turnándose; uno que interprete a Francisco, vestido de rústica túnica marrón, y otro que haga el papel del lobo, para lo cual podría utilizar una careta. Además de estos actores que recitan, se precisa de otros que no tienen intervención hablada: varios campesinos que acuden al llamado de Francisco; y dos religiosos que intervienen cuando el lobo acompaña al santo en el convento.


El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal;
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
el lobo de Gubbia, el terrible lobo,
rabioso ha asolado los alrededores,
cruel ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños.

Fuertes cazadores armados de hierros fueron destrozados,
sus duros colmillos dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderillos.
Francisco salió,
al lobo buscó en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera
enorme, que al verlo se lanzó feroz
contra él. Francisco, con su dulce voz,
alzando la mano, al lobo furioso dijo:
-¡Paz, hermano lobo!
El animal contempló al varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas, y dijo:
-¡Está bien, hermano Francisco!
-¡Cómo! –Exclamó el santo-
¿Es ley que tú vivas de horror y de muerte?
¿La sangre que vierte tu hocico diabólico,
el duelo y espanto que esparces,
el llanto de los campesinos,
el grito, el dolor
de tanta criatura de nuestro Señor,
no han de contener tu encono infernal?
¿Vienes del Infierno?
¿Te ha infundido acaso su rencor eterno
Luzbel o Belial?
Y el gran lobo, humilde: ¡Es duro el invierno,
y es horrible el hambre!
En el bosque helado no hallé qué comer;
y busqué el ganado,
y a veces comí ganado y pastor.
¿El hambre? Yo ví a más de un cazador
Sobre su caballo, llevando el azor al puño;
o correr tras el jabalí, el oso o el ciervo;
y a más de uno vi mancharse de sangre,
Herir, torturar,
De las roncas trompas al sordo clamor
a los animales de nuestro Señor...
Y no era por hambre que iban a cazar.
Francisco responde:
-En el hombre existe mala levadura.
Cuando nace, viene con pecado.
Es triste... mas el alma simple de la bestia, es pura.
Tú vas a tener desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gente en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz!
-Está bien, hermano Francisco de Asís.
-Ante el Señor, que todo ata y desata,
en fe de promesa, tiéndeme la pata.
El lobo tendió la pata al hermano de Asís,
que a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea.
La gente veía y lo que miraba, casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
y baja la testa, quieto le seguía
como un can de caza, o como un cordero.

Francisco llamó a la gente a la plaza y allí predicó,
y dijo: -He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo,
me juró no ser ya nuestro enemigo,
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios-.
-¡Así sea! –Contestó la gente toda de la aldea,
y luego, en señal de asentimiento,
movió testa y cola el buen animal
y entró con Francisco de Asís al convento.
Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo en el santo asilo.
Sus vastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
el lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle, iba por el monte, descendía al valle,
entraba a las casas y le daban algo de comer.
Mirábanle como a un manso galgo.
Un día Francisco se ausentó, y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo
desapareció, tornó a la montaña
y recomenzaron su aullido y su saña.
Otra vez sintióse el temor, la alarma
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto los alrededores.
De nada servían el valor y el arma
pues la bestia fiera no dio tregua a su furor jamás
Como si tuviera fuego de Moloch y de Satanás.

Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos lo buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.

Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero,
y junto a su cueva halló a la alimaña.
-En nombre del Padre del sacro universo,
Conjúrote –dijo- ¡Oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho.
Como en sorda lucha, habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:
Hermano Francisco, no te acerques mucho...
Yo estaba tranquilo, allá en el convento,
al pueblo salía,
Y si algo me daban estaba contento
Y manso comía.

Mas empecé a ver que en todas las casas
estaban la envidia, la saña, la ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
Y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
Los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
Y me sentí lobo malo de repente;
pero siempre mejor que esa mala gente.
Y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tiene que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad.

El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
Y partió con lágrimas y con desconsuelos,
Y habló al Dios eterno en su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
Que era: -Padre nuestro, que estás en los cielos...


Rubén Darío

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