
Estaba la Catalina sentada bajo un laurel,
mirando la frescura de las aguas al caer,
de pronto pasó un soldado y lo hizo detener:
-¡Deténgase usted soldado, que una pregunta le voy a hacer!
¿Usted ha visto a mi marido, en la guerra, alguna vez?-
-Yo no he visto a su marido, ni tampoco se quién es.
-Mi marido es alto y rubio, tan buen mozo como usted,
y en la cinta del sombrero lleva escrito en francés.
-Por los datos que me ha dado, su marido muerto es,
y me ha dejado dicho que me case con usted.-
-Eso sí que no lo hago, eso sí que no lo haré.
He esperado siete años y otros siete esperaré.
Si a los catorce no viene a un convento yo me iré,
y a mis dos hijas mujeres conmigo las llevaré,
y a mis dos hijos varones a la Patria entregaré...
-Calla, calla, Catalina. Calla, calla de una vez,
que estás hablando con tu marido y no lo supiste reconocer.
Y así se termina la historia de una pobre, infeliz mujer,
que hablando con su marido, no lo supo reconocer.