martes, 28 de junio de 2011
El malevo
Yo siempre quise tener un perro como la gente;
al fin, el tiempo y la esperanza me dieron uno,
pero bien mirao es hombre de pocas pulgas,
yo no trancaba la puerta de mi rancho,
ni durmiendo..... ¿para qué?
si al lao de ajuera,
por malo que juera el tiempo,
arrejaba de colmillos
el coraje de mi perro.
Cimarrón, medio atigrado,
lo hallé perdido en las sierras
temblando de agusanao,
malo como manga é piedra,
tuve que echarlo enlazao
para curarle las bicheras,
y ahí se quedó aquerenciao.
Compañero de horas lerdas,
trotando bajo el estribo
ni calculaba las leguas,
y donde aflojaba cincha, mire...
se echaba a cuidar mis priendas.
Eso si… muy delicao,
manosearlo ni le cuento,
se ponía de ojo extraviao
y se le erizaba el pelo,
con que tenía bien ganao
su apelativo: ”El Malevo”.
Qué animal capacitao
pal trabajo en campo abierto,
había que verlo al Malevo
trajinando en un rodeo,
¿yo echar tropilla al corral??
Le silbaba entre los dedos,
Y embretao en el silbido
Me los traía sobre el viento,
Y era un abrojo prendido
A los garrones del trueno.
De ser cristiano...
clavao que era doctor ese perro.
Una vez, bandeando tropa,
con mucho agua en el Río Negro,
caí quebrao de un apretón
entre un remolino é cuernos,
y me ganó la mollera,
la oscuridad y el silencio.
Cuando volví a abrir los ojos,
cruzaba una nube el cielo,
gemidos y lambetazos
llegaban como de lejos.
De repente comprendí,
medio me senté en el suelo
para entregarle las gracias.
“Hermano, de ésta te quedo debiendo”,
no me hace a mí el pan bendito,
si no me sacas “Malevo”.
Y una inmensa gratitud
se me ganó en el garguero.
Bueno, la cosa pasó,
yo dentré pa´l casamiento;
hice el horno, la cocina…
Mi rancho estiró un alero
y en su chucara crinera
charqueó el arroró y el beso.
A los dos años,
gateaba mi gurí sobre un peleo,
o andaba por el guardapatio
prendido a la cruz del perro,
porque él me le sacó
las cosquillas al Malevo.
¡Lo habrá tomao por cachorro
é su cría el pendenciero!
le soportaba imprudencias,
se priestaba pa´ sus juegos
y ande amenazaba caerse
se le echaba bajo el cuerpo.
La cosa fue tan de golpe
que hasta me parece cuento,
fue después de un mediodía
como pa´ fines de enero,
yo me había echao en el catre
pa´ descabezar un sueño;
mi patrona trajinaba
proceando con el borrego,
y de repente aquel grito
como de terror: “¡ROSENDOOO! “
Y ya me pelé pal patio,
Manotiando el caronero.
Ella estaba contra el horno,
Tartamudeando en silencio,
Tenía el guricito alzao,
aprietao entre su pecho,
y avanzando agazapao,
como una fiera... ¡mi perro!
Asomaba unos colmillos como puñales,
los pelos se le habían parao de un modo
que costaba conocerlo,
y en la brasa de sus ojos
se habían quemao los recuerdos.
De un salto me le puse en frente,
le pegué el grito: “¡Malevo!”
Le vi saltar una baba.
“Está rabioso, Rosendo!”
“No te me acerques, hermano.
Eche pa tras... eche pa tras
¡Fuera perro!
De repente me saltó,
ladié pa´ un costao el cuerpo
y senti cómo la daga
le topaba contra el pecho,
y cayó casi sin ruido,
como una jerga en el suelo.
se arrastró .... lamió mis pies,
movió la cola una vez, dos veces ...
y quedó muerto.
No tenía pa´ elegir,
hermano, tabas enfermo;
fue por el cachorro, sabes?
que no, ¡no lo hubiera hecho!
Por eso es que desde entonces
no me gusta tener perro,
y cuando voy de a caballo
me parece que lo veo
seguir abajo el estribo,
trote y trote por el tiempo.
O. Rodríguez Castillo
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